Manifiesto Fundacional
La revolución historiográfica que se produce en la década de los treinta del siglo XX genera, entre otras cosas, una ampliación de los objetos de interés histórico. De ahí que, junto a la clásica historia política, militar y diplomática, surja una historia económica, social y cultural, que a su vez se expande por diversos campos hasta llegar a tratar temáticas tan imprevistas como la economía material, la marginación social, la cultura popular en sus múltiples facetas (la fiesta, la magia, la alimentación) e incluso la evolución de las mentalidades ante el amor, el miedo o la muerte.
En esa eclosión de nuevas temáticas, surge con fuerza una rama que se reclama a la vez de la historia económica y de la historia institucional: la historia corporativa como historia de las compañías de negocios en los distintos sectores, como el de la agricultura intensiva, la manufactura y la industria fabril, las empresas mercantiles… Una de las escuelas más activas en esta renovación historiográfica, la escuela de los Annales, crea incluso una prestigiosa colección dedicada a este género y que va a titular Affaires et gens d’affaires (“Negocios y negociantes”), que va a ofrecer monografías sobre importantes sociedades establecidas entre la Baja Edad Media y el siglo XX. En España, tal vez el mejor ejemplo de esta colección fue el libro de Henri Lapeyre dedicado a una famosa compañía comercial de Medina del Campo, la dirigida por Simón Ruiz (Une famille de marchands: les Ruiz). Baste subrayar que su Archivo ha sido declarado recientemente Bien de Interés Cultural y que una Fundación cuida del legado de la compañía, singularmente del soberbio hospital costeado por el gran mercader castellano.
El interés de la historia corporativa radica primero en que hoy cualquier tema puede ser un objeto historiográfico. Al igual que puede serlo una dinastía (los Austrias, los Tudor), un reinado (Carlos V, Catalina de Rusia), un personaje (Marco Polo, Hernán Cortés), un acontecimiento político (la Revolución Francesa, la Constitución de Cádiz), puede serlo una compañía comercial, industrial o financiera.
Pero, además, en este caso, la ruta está trazada. El ejemplo de Simón Ruiz puede verse acompañado de otros muchos, desde la Compañía de las Indias Orientales de Inglaterra hasta el Crédit Lyonnais, desde el Banco de España hasta la empresa automovilística Fiat. De estas y otras muchas corporaciones tenemos historias que nos trazan sus orígenes y su evolución hasta llegar a su estado actual. De estos estudios, algunos son muy objetivos y discretos, mientras otros cultivan la épica, como el caso de las grandes firmas estadounidenses cuyos fundadores pasaron, según el título de un libro famoso, “de la nada a millonarios”.
Hay que añadir que si el historiador está interesado en investigar estos archivos para escribir este tipo de historia, también puede (y quizás debe) estarlo la propia compañía, la propia corporación, porque tiene mucho que ganar en ello. La historia de una compañía permite rastrear los orígenes de la empresa, permite valorar el esfuerzo invertido en su fundación y en su mantenimiento, permite comprender las opciones adoptadas en determinados momentos, permite identificar las ramificaciones de sus negocios, permite visualizar las tormentas que se pudieron superar en las difíciles coyunturas generales o particulares, permite en una palabra conocer el camino recorrido.
Una empresa se beneficia así del conocimiento de su historia por varias razones. Hay evidentes razones de prestigio, pues se pueden reivindicar los títulos que dan fama a una marca registrada bien anclada en la conciencia colectiva. La densidad de una historia bien hundida en el tiempo es una garantía de solidez, de buena nervadura financiera, de acierto en la toma de decisiones, de la voluntad de ofrecer un producto bien hecho, bien reconocible y bien reconocido. La narración de la historia subraya los rasgos de continuidad de una marca, de su savoir faire, de su capacidad de adaptación a las cambiantes circunstancias, de su resistencia ante los malos vientos de las coyunturas desfavorables.
En nuestro país, se ha tardado un poco en comprender que una empresa debe exponer su antigüedad, debe explicar su andadura, debe saber sustentar los títulos que la han hecho perdurar, del mismo modo que debe mantener una imagen, un logo e incluso un edificio emblemático para su oficina o su almacén. A este respecto, algunas compañías han empezado por ordenar sus archivos y ponerlos a disposición de los investigadores, otras han subrayado la veteranía de su quehacer como un signo de una experiencia contrastada que es garantía de calidad, otras han subrayado con argumentos históricos su primacía en el sector, otras simplemente quieren hacer gala de su pasado como un valor indiscutible. Las vías abiertas son ya considerables, pero las vías que se ofrecen para el futuro son todavía más anchas y numerosas.
INSTITUTO ATARAZANAS
Carlos Martínez Shaw, Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Nacional a Distancia y Académico de la Real Academia de la Historia.